El Comercio: 2011-02-22
Tiempo de lectura: 2'58'' | No. de palabras: 446
Walter Spurrier Baquerizo
wspurrier@elcomercio.org
| MARTES 22/02/2011
La propuesta del Presidente de consultar la prohibición de las corridas de toros trae a la palestra el choque entre dos visiones de la sociedad.
Una de las vertientes de la revolución ciudadana, la que prevaleció en Montecristi, es la línea verde europea, que cuestiona el desarrollo social y económico occidental de los últimos 200 años, en base a la industrialización y consumo masivo de artículos suntuarios.
Bajo esta visión, la humanidad debería retomar estilos de organización económica y de vida más armónicos con la naturaleza. La nueva Constitución ecuatoriana es de las más avanzadas del mundo en ese sentido.
Desde esa óptica, la corrida de toros es anacrónica; el sacrificio de un animal como espectáculo, vestigio del circo romano, debe ser extirpada.
Es una posición que se venía gestando desde hace mucho tiempo, como presión sobre una falla geológica, y que se manifiesta hoy como un terremoto de magnitud siete. Hasta el advenimiento de Alianza País a los gobiernos nacional y metropolitano, la corrida de toros era indiscutido atractivo central de las fiestas de la capital.
La corrida obedece a otra corriente cultural: Quito, ciudad mestiza, celebra las distintas vertientes culturales que le dieron vida, y una de esas es la española. La fundación española se celebra con la fiesta brava.
Es este mundo globalizado, el estilo de vida tiende a homogenizarse en todo el mundo. Se escucha música rock (de EE.UU. e Inglaterra) o caribeña, se come pizza (Italia), sushi (Japón) o hamburguesas (EE.UU.), se impone la moda italiana o francesa.
Pero esto genera incertidumbre sobre quienes realmente somos. Los países y regiones se aferran o reviven hábitos y costumbres locales. Como costeños comemos bolón de verde, como serranos locro, como ecuatorianos ambos. En Argentina se reaviva el tango, en España el flamenco. En ese contexto, las corridas de toros son una tradición que a nosotros nos une a la madre patria.
Cataluña acaba de aprobar una ley prohibiendo las corridas de toros desde 2012. Independientemente de la vertiente ambientalista ya mencionada, aquí juega también la identificación cultural: con esta medida, y como antes, con la primacía del catalán en sus escuelas, Cataluña reafirma su independencia cultural de Castilla.
Por el mismo motivo, la Cataluña francesa se aferra a las corridas (en que no se mata al toro) para enfatizar su identidad cultural distinta a la de la Île de France.
Entiendo y comparto la visión (sin extremos) que la humanidad debe acercarse a la naturaleza. Pero cuando estoy en el coso de Iñaquito, me siento quiteño, me recuerda que tengo antepasados que vinieron de España en el siglo XVIII, tengo un sentimiento de pertenencia.
Aún no estoy preparado para cortar esas amarras al pasado.
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